Blog
No todo es terapia.

Últimamente llega a la consulta gente que quiere pasar rápidamente por lo que está viviendo. Me dicen que no quieren pasarlo mal en la terapia, que quieren consejos y palabras que les ayuden a pasar ese mal trago. Habitualmente suelen preguntar cuánto va a durar la terapia porque necesitan volver a su “vida normal”. Yo les veo y me veo hace 15 años y dentro de mí me digo: “Bendita inocencia”.
¿En qué consiste la terapia?, ¿cómo saber si estamos haciendo terapia o algún otro tipo de acompañamiento?, ¿cuál es la terapia que más me conviene? Muchas son las preguntas a las que nos enfrentamos la primera vez que hacemos un trabajo terapéutico y muchas son las dudas acerca del saber si estamos o no haciendo un trabajo correcto.
Me llaman la atención aquellas terapias o encuentros en los que el terapeuta nos aconseja y habla por nosotros, nos diagnostica y analiza. Es muy fácil, piensa uno como profesional, decir lo que “cree que el otro debe oír”, mostrarle nuestro arsenal de frases de “Facebook” y hacer que su prurito mental quede satisfecho, pero no es así, ni debe serlo.
Un buen proceso de terapia es largo. Sí, lo es. Sentimos defraudar a todos aquellos que creen que en un mes ya están “bien”. Podemos maquillar la realidad y, de pronto, sentirnos estupendamente bien. ¡¿Cuántas veces un pequeño gesto ha hecho que mi vida entera cambie?! No estoy en contra de tales encuentros o experiencias. Frente a ellas, el Dr. Fernando Bárcena (Catedrático de Educación de la UCM), tiene extensos libros que hablan de “la educación como acontecimiento”. En palabras de Nietzsche, “el devenir es un futuro que llega como con pasos de paloma”, así en silencio, como burlando la realidad previa y, de pronto, nos sitúa frente al oleaje de nuestra alma pura. ¡Benditos acontecimientos y bendita vida que nos regala sus destellos!
No digo que asistir durante un mes a un curso de Canto Improvisado no nos vaya a mover o no vaya a servirnos para nada. Nos moverá, nos producirá ciertos ecos internos que nos invitarán a pensar y a sentir si estamos viviendo la vida que queremos vivir y si tenemos las relaciones que queremos tener. Nos hará reír, llorar, sentir… Pero, vernos sin que haya un trabajo posterior, es como quedarnos a medio camino; es como sembrar sin recoger.
Es importante aprender a volver de nuestros procesos. Por eso, cuando hacemos cursos de Canto Improvisado en ImproVersa, tratamos de decir que no es terapia sino Acompañamiento y Desarrollo Personal; es un espacio de acontecimientos. Si se desea terapia habrá que pasar a otro contexto.
La terapia es un proceso, una mirada hacia el mundo, un punto de inicio de un modo de habitar distinto en la vida. Además, la terapia tiene que ayudarnos a “desenredar la madeja en la que nos hemos metido nosotros” y, como somos nosotros quienes hemos llegado allí, son nuestros pasos los que nos tienen que hacer desandar lo caminado. La terapia se muestra como un pretexto, como un enjambre de miradas distintas y espejos que nos hacen ser conscientes de quiénes somos y dónde estamos.
Un proceso terapéutico antes estaba asociado a personas que estaban sufriendo algún tipo de “locura” o depresión. Locura lo escribo entre comillas porque es una palabra a la que fácilmente recurrimos cuando otra persona está haciendo cosas que al resto de la sociedad le suenan raro, como por ejemplo, querer tomar decisiones que los demás ven como algo extravagante. En ese caso, posiblemente, ese inicio de “locura” no sea más que un destello del deseo de la esencia de esa persona por salir y ser ella misma.
Al iniciar un proceso de terapia o acompañamiento es importante tener muy claro qué es lo que queremos y cuál es nuestro nivel de compromiso. No es lo mismo ir a darte un masaje porque te duele la espalda que ir a un profesional a resolver un conflictos con tu familia o tu pareja. Y, dentro de esos conflictos personales, uno tiene que saber hasta qué punto está dispuesto a desenredar o no la madeja.
El vínculo con el terapeuta se irá desarrollando y el profesional sabrá perfectamente cuáles son las resistencias de la persona y caminarán o no por ese vértigo. Nuestra máxima reside siempre en respetar los mecanismos que durante años han acompañado al individuo para ayudarle a sobrevivir y tiene que ser el propio paciente quien nos dé el permiso para abrir esas zonas ciegas.
Hay un aspecto que me parece un poco más complicado. Cuando una persona dice “estoy en terapia” refiriéndose a que cada mes visita a un masajista o va a clases de teatro. Eso no es terapia, eso es un proceso de Desarrollo Personal, un acompañamiento.
Los profesionales también tenemos que aprender a ser humildes y no ofertar espacios terapéuticos donde no los hay. Se necesita formación (mucha formación) para saber lo que se está haciendo y cómo se está presentando. Quizás, como es una moda, estamos todos subiéndonos al carro del desarrollo y la educación emocional. Si no nos situamos y, con humildad, le damos las palabras correctas a lo que hacemos, al final, nuestro mundo relacionado con la salud y el desarrollo humano se desvirtuará.
(En otro post comentaré algo más sobre cómo veo la nueva “Educación emocional en las Escuelas”).
Estar en terapia es otra cosa. Estar en terapia es, sobre todo, comprometerse con lo que está sucediendo, articulando humildad y responsabilidad en ese proceso. Cada cosa a su tiempo, permitiendo que vengan el miedo, el llanto, la alegría y todas las emociones que tengan que nacer; poniendo consciencia sobre ese proceso que posiblemente dure (como mínimo) dos años.
En todo momento, al hablar de terapia me refiero a la Terapia Gestalt y a sus derivados. He pasado por varios procesos de terapia y no encuentro una mejor manera de reinventar el mundo que los hallazgos de las psicología de la percepción para nuestra vida diaria. Dicen los expertos (y yo, que también lo viví así) que “el primer año consiste en aprender a darse cuenta de cuánto se defiende uno frente a la vida y en conocer nuestros mecanismos de defensa frente al mundo”. El primer año, como todo nacimiento, es el más complicado. Luego uno se sigue doliendo pero ya es más consciente y el dolor comienza a hacernos sentir más fuertes y el miedo empieza a ser una gran escuela.
¿Por qué me da a mí por resaltar las diferencias entre un proceso y otro?
Simplemente porque es importante ubicarnos y porque escucho muy a menudo cómo espacios de creatividad y arte se convierten en espacios de terapia. Esto bien lo aprendí de Bert Hellinger y la Terapia Sistémica. Tenemos que evitar el desorden, tenemos que aprender a poner consciencia sobre dónde estamos y qué podemos dar allí donde estamos. (Esto no ayudaría a evitar “historias de amor dolorosas”).
Si no nos ubicamos y sabemos decir con sinceridad dónde estamos y qué estamos haciendo, podemos sufrir un enorme desgaste y rechazo por el proceso de terapia. (No por la palabra, sino por el proceso). Esto sucede claramente en las dietas; estar a dieta y estar en terapia es parecido en tanto que, si la persona no está comprometida ni es sincera, nada podemos hacer.
Muchas personas dicen que están a dieta y que llevan toda su vida a dieta, lo que les lleva a decir que las dietas no funcionan. Evidentemente, la persona se ha acostumbrado a decirlo y esa palabra ya no tiene efecto, ni de fondo, ni le resuena. Esa palabra se ha vaciado.
Una de las cosas que aprendemos en Gestalt es a conseguir afrontar los procesos sin mentirnos. “No quiero hacerlo”, “prefiero hacerlo más tarde, ahora me retiro”. Aprendemos a decir dónde estamos y qué queremos en este mismo instante.
Todo esto cuesta tiempo y mucho esfuerzo. Mucho esfuerzo y valentía.
Ahora hay una explosión de “frases de facebook” o personas comunicadoras que nos dicen frases y nos embelesan pero no es lo mismo leer la frase “Lo peor que te puede pasar en la vida es que no te pasa nada” a transitar el proceso hasta construir esa frase. Lo que nos pasa es que decimos estar en terapia desde hace muchos años, que estamos curtidos en terapia y ya nos conocemos del todo. Eso no es terapia.
Una persona que ha pasado por un proceso de Terapia Gestalt no te dirá nunca eso (admito el 5% de error que todas las generalizaciones permiten). Posiblemente te dirá: “Sí, estuve en terapia hace unos años y ahora estoy en otra cosa; siempre habrá cosas que revisar, ahora prefiero estar haciendo…”.
Cómo saber si se trata de Terapia o de un proceso de Acompañamiento de Desarrollo Personal.
Si estás frente a una persona que habla más que tú, que dice frases aforísticas que calman tu mente, que enfatiza los problemas con los que vienes justificándolos y haciéndote sentir que “tenías razón”, entonces no estás en terapia; estás en un hermoso y productivo proceso de Desarrollo Personal. Y dentro de estos procesos de acompañamiento hay también muchos grados y maneras. No quiero que nadie sienta que estoy dividiendo en dos ramas todo lo que supone transitar la madeja interna. Todo tiene su momento y todos hemos llegado al mundo terapéutico porque quizás antes estuvimos en procesos más “lights”.
Un proceso que no te incluya como actor de tus decisiones, que prescinda de tus deseos y necesidades, que te obligue a llevarte a un estado de normalidad no es un proceso terapéutico transformador.
Un proceso donde no seas tú quien obtiene los aforismos, donde no seas tú quien se llene de EXPERIENCIAS y donde salgas con un arsenal de frases que hablan de experiencias que no has vivido no es un proceso terapéutico transformador.
Cómo saber si has hecho un proceso terapéutico.
Te ofrecemos los siguientes indicadores:
1. ¿Haces lo mismo que antes?
2. ¿Vives en el mismo lugar, con la misma gente y cumpliendo los mismos roles?
3. ¿Tienes las mismas relaciones que antes de comenzar el proceso?
4. ¿Qué cambios reales has experimentado?
5. ¿Sigues viviendo la misma historia repetida de antes?
Cada cosa tiene su momento, todo nos llega si tenemos el alma abierta y permeable. Transitar por la vida cuesta y nos pide compromiso. Siempre se nos hará difícil y extraño.
Aprendamos a decir dónde estamos y qué estamos haciendo para que la palabra terapia no se desvirtúe.
¿Se imaginan que nuestra relación con el miedo fuese pedagógica, que nuestra relación con lo novedoso estuviera cubierta de un manto de curiosidad excitante y que lo distinto, lo que nos produce pavor, estuviese envuelto de humildad?
Pasados esos años de terapia el dolor se transformó, las lágrimas encontraron a quién llorar, la ilusión supo desde dónde arrancar, el cuerpo supo desde dónde bailar y la palabras hacia dónde apuntar.
Los profesionales tenemos que aprender esta diferencia, tenemos que saber qué estamos ofreciendo y desde dónde los estamos haciendo. Evitaremos así desordenes innecesarios y también podremos ayudar y acompañar mejor a las personas. Aprender a decir “De esto no sé” puede ser de gran ayuda para el discurso de la salud y la gente. Recuerdo que me contaron que Martin Heidegger un día no dio una clase y colgó en la puerta “La clase de hoy no se dará porque no soy capaz” (no es literal, pero más o menos decía algo así). Daba a entender que no se sentía capaz de hacerlo; sin duda eso fue una gran enseñanza del maestro a sus alumnos. Aprender a decir “no sé”, “no soy capaz” es enseñar humildad.
Sabiendo simplemente qué doy, qué ofrezco y cómo lo hago, hará que entre todos podamos lograr un mundo más libre, más consciente y más creativo.