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Lealtades Invisibles y la Libertad Creativa
- 11 de abril de 2023
- Publicado por: Julián Bozzo
- Categoría: Sin categoría
Tener sueños es fácil, lo complicado es sostenerlos en el tiempo y serán innumerables las situaciones, personas y/o contextos que nos harán tener la tentación de abandonarlos.
Desde luego, es más fácil rendirse que luchar, lo que es difícil es saber lidiar con las consecuencias de esas decisiones: la primera lleva al remordimiento y la culpa y la segunda al dolor y el crecimiento. Parece que quien no dedica tiempo a desarrollar su luz, tendrá que dedicarlo a calmar sus sombras.
¿Qué puede pasar para que aparezca ese abandono?, ¿Qué pasa para que ese entusiasmo juvenil se difumine y al final nos conformemos con tener solamente ideas llenas de fantasía revoloteando por nuestras mentes, pero no sepamos cómo hacerlas realidad?, ¿Qué nos impide dar vida a nuestras ensoñaciones?
El sueño no se irá. Esa imagen mental que nos hacemos sobre nosotros en un futuro distinto no se va a marchar nunca. Como tampoco se irán las sensaciones corporales asociadas a esas mágicas fantasías. No se conocen personas que no sueñen, que no quieran tener un mañana mejor. Sea cual sea nuestro ideal de futuro, todos queremos algo mejor. Incluso en nuestros momentos de máxima terquedad siempre queremos días de luz y de sol; estar entre amigos y disfrutar de la familia.
Todos queremos que mañana luzca el sol con más fuerza que ayer, pero parece que tenemos cierta lealtad a la tristeza y al apocamiento. Hay como un anclaje que nos quita energía y nos entrega cierta sensación de agobio con la que decirnos.
En el segundo curso de la tercera promoción de la Formación en Aladuría y Canto Improvisado una alumna que, después de hacer unas actividades de cuerpo, estaba a punto de cantar en grupo de pronto se quedó en silencio y con el cuerpo agarrotado. Era una alumna magnífica, con voz preciosa y ojos verdes. Su voz tenía una característica al cantar que nunca más he vuelto a oír. Era como si pasase por encima de las notas tónicas y siempre estuviera cantando fuera de donde “se supone” que debía ser. Ella no era cantante ni actriz, trabajaba en la administración pública. “Tienes alma de corista” le decía siempre; a lo que ella me respondía “Soy la mediana de 5 hermanos, es normal que me guste dar armonía”.
Como decía, aquel día, a punto de cantar y con una sensación de rigidez enorme soltó de repente: “Lo ves, no he podido ser feliz”. Los compañeros de viaje, es decir, los demás alumnos de la formación, seguimos con nuestros coros de fondo y comenzamos a emocionalizar2 lo que estaba emergiendo. Mientras de fondo sonaba la guitarra y el grupo hacía voces de fondo, le dije: “¿A quién le estabas diciendo esa frase, amiga?” Y me respondió: “A mis compañeros de 3 de BUP y en especial a María”. Invité a esta alumna a seguir contando su historia mientras el resto emocionalizábamos el monólogo que terminó con un hermoso y sentido coro conjunto.
Esta alumna nos contó que cuando cursaba bachillerato tenía una gran amiga que, en la adolescencia, la traicionó. Esa traición le acompaña desde siempre y fue el motivo por el que le costó, años más tarde, tener relaciones de amistad fluidas y terminar cerrándose a las relaciones con los demás.
Independientemente de su vida personal, lo interesante fue lo que movió esa alumna en clase; en ese momento todos abrimos un apartado en el curso acerca de la lealtad invisible a la que sometemos a nuestra tristeza.
Es decir, el grupo comenzó a contar a quién le era fiel su tristeza. Es como que fracasar o fallar es una manera de devolverle a alguien del pasado un mensaje; algo así como “que vea lo que me hizo y se arrepienta de lo que pasó”. Otro ejemplo lo puso un chico al contarnos que su novia de los 15 años le dejó el día de su cumpleaños y desde entonces todos los fracasos amorosos tenían por frase final “Mira lo que me hiciste, por tu culpa no puedo amar”.
Más tarde seguiremos buceando por estos océanos de luces y sombras.
Por lo pronto, sólo quiero mostrar este concepto que arroja, cuanto menos, cierta inquietud sobre nuestras cadenas anti creativas hasta ahora impalpables. Preguntémonos cómo y cuánto de fieles somos a nuestras rémoras y abramos, si es menester, la puerta que se esconde detrás con el deseo de ampliar nuestros recursos creativos. Tengamos a bien saber que cuanto más amplios sean nuestros resortes, cuanta más capacidad tengamos para permeabilizarnos, más capacidades creativas desarrollaremos.
Valientes los alumnos que se atrevieron a atravesar ese marco y abrieron ese espacio que antes se mostraba como una simple excusa.
Esas lealtades suelen disfrazarse de excusas o victimismos y llevan asociados el traje del “no sé, no puedo, no quiero, no merezco”. A la hora de dar el salto a lo creativo hay mucho de esas excusas; hay mucho del “no puedo, no me sale bien, no sé cantar, no sé pintar, etc”. ¿A quién de nuestro sistema o nuestro entorno le estamos siendo fieles? Nos quedamos esperando a que alguien venga a rescatarnos, a que alguien venga a decirnos lo que nunca nos dijeron, pero eso raras veces llegará hasta que no nos permitamos escuchar lo que tenemos dentro de nosotros.
Nadie nos va a salvar si no somos nosotros mismos quienes extendemos los brazos para salir del agua. Nadie nos dirá esa frase que tanto necesitamos hasta que no seamos capaces de decírnosla a nosotros mismos y de escucharla con el centro de nuestro ser.
Quizás si nos hacemos cargo de conquistar nuestra felicidad desaparezca la excusa. Porque la felicidad es una conquista frente a la que hay que lidiar ciertas batallas. No tan externas como uno piensa sino más bien contiendas con las que lidiar pecho adentro llevando la valentía por bandera.
Quizás, uno de los primeros pasos para conquistar esa felicidad, sea librarnos de algunas frases que nos decimos; frases que habitualmente aparecen cuando queremos iniciar un proyecto nuevo.
Cuando queremos dar el primer paso y acometen los fantasmas burlones que nos invitan a seguir mirando nuestros zapatos. Y de eso sabemos mucho nosotros, los postmodernos; de mirar zapatos y no atrever huella, de revisar la horma, el cordón y la suela, de sentir que siempre falta algo para iniciar un paso y proclamarse primavera…
Pero no sabemos andar. Sabemos comprar zapatos y darles los cuidados necesarios para que siempre luzcan como la primera vez, pero no caminar con ellos.
Y así, sin dar mordida al suelo, nos pasamos el día postergando el deseo de la llegada de un día mejor, del día oportuno. Siempre en la excusa del “mañana lo haré”, del “aún no soy suficiente…”. Siempre dándole más atención a nuestra víctima que al valiente que lo podría salvar.
Es de alta equivocación creer que mirando la carencia esta se va a llenar. A la carencia se la llena desde la vida, desde el mirar cómo el mundo, en sus destellos de boca inquieta, nos ilumina caminos antes somnolientos y hastiados. A nadie se le ocurría ir a buscar azul en un mundo en blanco y negro.
Somos, en parte, nuestras excusas y a ellas nos abrazamos con fuerza sin mediar posibilidad alguna y viéndolas como hermanas; puro velo que tras su mirar nos ciega. No vemos más que tela y nos acostumbramos a ese pseudo-mirar creyendo que la vida es perfecta cuando lo que deseamos no podemos tocarlo.
¿Se imaginan una vida sin excusas?
Texto extraído del Libro “Aladuría de Julián Bozzo” Del capítulo (Lealtades invisibles y nuestra libertad creativa)